domingo, 13 de diciembre de 2015

Hidratos de carbono y poesía.

Yo cuando vivia en Londres. Joven, guapa... es raro pensar en todo lo que iba a pasar después. (Foto de Anna C)

   Tengo un post a medias, contando lo que hicimos el pasado fin de semana, cuatro días bastante buenos pero muy intensos.(mañana intentaré terminarlo y subirlo, os contaré, pero hoy no me apetecía) Tanto, que han pasado factura al resto de la semana, alargándose hasta este fin de semana en el que estoy hecha polvo, pese a que Leo ha dormido el sábado en casa de mis padres. Cuando delegamos de esa forma, no acabamos nunca de desconectar del todo, porque sabemos las dificultades de lidiar con Leo, sobre todo si está en plan mierder, un poco resfriado, pesado, quejicoso, pegón, desafiante, luciferino. Sin decir ni una puta palabra. Me enfado mucho y como digo, estoy cansada, además de no encontrarme nada bien físicamente, con un problema crónico de que de vez en cuando se agudiza, y esta vez lo ha hecho con bastante intensidad. Me obsesiono un pelín,  porque soy muy hipocondríaca, estoy de peor humor y con ganas de dormir para ver si mañana me despierto de otra forma. Algo que la verdad, no me puedo permitir porque Leo y yo: vasos comunicantes. Y Arturo, pues lo mismo. Una familia unida sí señor. Leo:  Si yo estoy mal, él está mal. Si yo estoy enfadada, él está más protestón y jodón. Ya os lo dije, el entusiasmo es fundamental, pero a veces no hay de dónde sacarlo.  Pienso mucho en la juventud, echo de menos tener tanta energía, estar tan guapa, ser libre, tener toda la vida por delante, ser rubia y tener el mejor culo de España (como le he enseñado a decir a Leo) Ay, y viajar (Recuerdo Grecia, Italia, Marruecos, India, Irlanda, Londres, Holanda... Acampadas, trenes, hostales, risas, alegría, pasión, alquileres de coches, calor, nieve) Arturo y yo vemos vídeos de viajes y vamos, si no se emociona uno, lo hace el otro. Divagamos mientras vamos en coche con comprar billetes a Berlín, y de ahí a nosedonde, para acabar en Noruega y después volver aquí. Os juro que ES TAN DIFICIL AHORA MISMO IR A CUALQUIER SITIO. Joder, si ir al Consum a veces se convierte en un periplo por la estepa. Viejos amores, qué bien y qué mal me sentí, qué importaba, todo podía cambiarse por otra cosa a la mínima de cambio. Ahora hay una parte en la que siento que estoy vendida, y aunque no estoy triste, sí que sé que ha llegado el momento de cuidarse, y cuidarse mucho. Aprovechando el cambio de año, lo que parece da una nueva energía general, voy a llevar a cabo una serie de propósitos personales que tienen que ver con la dieta, el ejercicio y el autocuidado también intelectual. Justo al lado de casa tengo un polideportivo, y los martes y jueves, justo después de dejar a Leo en el colegio, voy a empezar clases de yoga. Lunes y miércoles pilates. Un poco de ejercicio, movimiento matinal, y sobre todo, aprender a respirar. Aprender a RESPIRAR. No tengo ni puta idea de respirar. Lo hago mal, entrecortadamente, me ahogo en el estertor de la vida que se fue, sin saber muy bien como inhalar el aire en esta, y boqueo como un pez fuera del agua. 

     El tema de la alimentación es algo muy antiguo y con lo que me doy cuenta de lo fijos que somos los seres humanos, cuánto nos cuesta cambiar, cuánto miedo nos da derribar los esquemas a los que nos aferramos porque nos dan una falsa seguridad, un consuelo estúpido. Desde el diágnostico, debo haber engordado unos diez kilos, tal vez un poco más, ni siquiera me he pesado. Aunque el tema del peso siempre ha sido para mi una lucha constante, creo que la forma de abordarlo nunca ha sido la adecuada. Ahora sobre todo me importa comer para obtener energía, energía buena, llenar mi cuerpo de vida. Y soy consciente de que hago todo lo contrario. Hidratos de carbono, premios de consolación, evasión, la comida como refugio, como vía de escape, como autocastigo. Engordar y no poder vestir como quiero, no sentirme nunca guapa, que eso me lleve de dejar de cuidar otros aspectos, es una curva ascendente, un desastre. Ya en la ruina, después de la hecatombe, qué más da todo. Comer al menos hace que me sienta momentáneamente bien. Pero desde luego el precio que pago por ello es demasiado alto, y sólo me queda calderilla en el bolsillo. Así estamos, Casi cuarenta años. Si pienso cómo me imaginaba yo a los cuarenta. Vamos... aún queda un año, puedo conseguirlo. Patricia la mujer también está aquí. Olvidada, arrinconada en el pasillo de la maternidad especial de los huevos, pero tan necesaria para continuar este viaje con éxito.  Este camino ya no es viable para mi. (Después es que no quiero que Leo sea gordo, claro, come de todo y mucho, es un niño corpulento - qué gran palabra-  pero no es gordo, se mueve tanto que es casi imposible que se ponga gordo, pero conforme madura, el ritmo irá decreciendo o eso creo, y si sigue comiendo igual acabará teniendo sobrepeso.)

 Y después está la escritura, seguir escribiendo en este espacio, sobre Leo, sobre el autismo, sobre nosotros y cómo vivimos.  Y escribir poesía. La poesía es la gran olvidada. Bulle en mi cabeza, bulle como una cabrona, todo el tiempo, pero me cuesta escribirla, más aún cuando estoy jodida, al revés que antes. Es íntima y preciosa, me da miedo exponerme, exponer la metáfora y la alusión directa al horror. Porque yo escribo poesía para hablar del horror, de la existencia misma, el miedo, el amor que se destripa como un cerdo y del que se aprovecha todo. Me da miedo escribirla. También por si no me sale. 

 Retos personales para recuperar mis restos. 




    

1 comentario:

  1. Volveréis a viajar. Los tres juntos. No lo dudes ;-*
    Tomarás las riendas, no sé si a los 39 o a los 42... lo que sé es que en ningún sitio está escrito cómo tendrías que llegar a los 40, sino en los surcos de la propia piel.
    Ya lo sabes, "se hace camino al andar".

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