jueves, 23 de abril de 2015

Piscina

Ayer se me ocurrió la brillante idea de ir a la piscina con Leo. Soy una madre horrible, llena de mierda hasta las orejas, y  tras la experiencia he jurado no volver nunca más. Cualquier actividad con Leo me cuesta horrores. Veo a otras madres con sus hijos normales y no puedo más que sentir envidia. Una envidia dolorosa y terrible, que tiene que ver mucho conmigo y con cómo enfrento la vida y la existencia en general. Leo parecía un pequeño pájaro bobo en el agua, feliz y contento, yo tan cansada, sólo quería hundirme. No me malinterpreteis, sólo trato de desahogarme, adoro a mi hijo y le quiero tanto que me duele, quiero protegerle de todo, y tal vez de lo primero que debería protegerle es de mi misma y de mi oscuridad. Ahora pienso en otro cuaderno que empecé hace tiempo en el que hablaba de todas su bondades y de todo lo que me enseñaba, y me parece mentira cómo es posible que esto se haya deslizado en nuestras vidas. El autismo o lo que quiera que sea. Pronto lo sabremos. De todas formas: Leo y sus particularidades, su incapacidad comunicativa, su desinterés por las otras personas. Su constante movimiento, la dispersión, nunca se centra en nada, es imposible leerle un cuento (paradoja, madre escritora que llenó su habitación de cuentos y libros  mucho antes de que naciera) Bueno, volvemos a la piscina, incesante chapoteo y jolgorio general, el agua le encanta, además nada más llegar dijo ¡pulpo! ¡sí, hijo, los pulpos viven en el agua!- contesté yo. Cuánto entusiasmo hay que echar a la cosa.
Es cierto que el baño fue corto, en fin, veinte minutos tal vez. Yo agotada. Imposible detenerle. Salimos y ya la tenemos liada. Toallas, llave de la taquilla, niño de la mano bien aferrado, zapatilla de agua que se suelta, vuelvo a por ella, niño de la mano bien aferrado, se deja caer al suelo, chilla. Desde fuera debo parecer una gorda psicótica con gorro de baño. Después vestuarios. Niño que hay que sujetar, taquilla que escupe todas las cosas amontonadas, niño que araña. Niño enfadado. Madre agotada. Madre se desnuda mientras mantiene al niño sentado con amenazas que se la sudan aunque afortunadamente no del todo. La gente nos mira. Otras madres con sus niños de la misma edad nos miran con compasión. A Leo no se le nota nada. Quiero decir, no tiene estereotipias ni grandes rabietas, es simpático y molón. Ademas de muy guapo. Debe parecer un niño rebelde y yo una madre sin paciencia. En fin, qué importa. A lo mejor sí que se nota y se ve que es un niño raro. Un puto extraterrestre en planeta hostil. Ducha, nos vestimos, secador. Logramos salir del polideportivo, yo con el pelo mojado, pensando en una pulmonía que por favor me lleve al otro barrio, pero la verdad es que hace calor y el sol es agradable. Nos sentamos en las gradas del campo de fútbol y le doy dos petits suisse completamente desaconsejados por cualquier nutricionista serio.  Nada de esto es gracioso, quiero morirme  y tengo sentimientos de rabia hacia mi hijo que me ha robado la vida tal y como la conocía y lo peor, tal y como la imaginaba. Sólo hay mierda en mi cabeza, y podría salir por mi boca a borbotones una vez vamos en marcha en el coche. Pero no. Lo que quiero es dejar de lamentarme por esta situación, dejar de lamentarme por lo que pudo haber sido, y vivir lo que es, aprender de ello. No queda otra que saltar al vacío. Seguir, seguir, seguir.

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